EL DESTINO TRÁGICO DE LAS PIRATAS: LA EJECUCIÓN DE LAS “REINAS DEL MAR” — MÁS CRUEL QUE LA DE LOS HOMBRES Y BORRADO DE LOS LIBROS DE HISTORIA

ADVERTENCIA: CONTENIDO GRÁFICO — SOLO PARA MAYORES DE 18 AÑOS
Durante la llamada Edad de Oro de la Piratería (1650–1730), el destino de una mujer capturada en actos de piratería era más oscuro, más humillante y con frecuencia más cruel que el de cualquier pirata varón.
Aunque el imaginario popular recuerda a figuras legendarias como Anne Bonny o Mary Read, la gran mayoría de estas mujeres fueron sometidas a castigos brutales y borradas de los archivos oficiales como si jamás hubiesen existido.
Este artículo recoge su historia tal como fue: dura, injusta y reveladora de un sistema judicial que castigaba no solo el crimen, sino la osadía de desafiar el orden social establecido.

Un Crimen Imperdonable: Ser Mujer y Ser Pirata
En un mundo donde la vida marítima estaba estrictamente reservada a los hombres, una mujer que empuñaba un sable o comandaba un abordaje era vista como un desafío directo al orden divino, al patriarcado y a la disciplina naval.
Para el Imperio británico, la existencia misma de mujeres piratas era una anomalía que debía ser corregida de manera pública, ejemplar y definitiva.
Las autoridades británicas hablaban de ellas como “monstruos”, “aberraciones” o “mujeres descarriadas que han renunciado a su sexo”. Su castigo, pues, debía restablecer un orden que, según la mentalidad colonial, su sola presencia amenazaba.
Captura y Humillación Pública
Tras la captura, las mujeres piratas enfrentaban de inmediato una ceremonia de degradación cuyo propósito era eliminar cualquier vestigio de autoridad que hubieran ganado en la mar.
En cubierta, delante de marineros y oficiales, eran desarmadas, amarradas y a menudo flageladas con el cat-o’-nine-tails, un látigo de nueve puntas utilizado para disciplinar a los marineros.
La intención no era únicamente castigar, sino humillar: demostrar que la rebelde había sido reducida a lo que la ley consideraba su “posición natural”.
Los testimonios recogidos en los Archivos del Almirantazgo británico mencionan repetidamente esta práctica, descrita como un acto “correctivo” más que punitivo.
Juicios sin Derechos: Las Admiralty Courts
El proceso judicial que enfrentaban era, en realidad, un simulacro. Las Cortes del Almirantazgo no empleaban jurado, no permitían apelación y eran gobernadas por oficiales navales y comerciantes cuyo interés principal era proteger las rutas marítimas y exhibir autoridad.
Bajo los Piracy Acts de 1698 y 1717, la culpabilidad era prácticamente automática:
Bastaba haber sido encontrada a bordo de un navío pirata,

portar armas,
o simplemente ser “compañera de piratas”.
En muchos casos, los juicios duraban menos de una hora. La sentencia se leía ese mismo día o al amanecer siguiente.
La Sentencia Final: Muerte por Homicidio contra la Corona
La pena habitual era la horca. En Londres, estas ejecuciones se realizaban en el célebre Execution Dock, en Wapping, donde los cuerpos eran dejados colgando hasta tres mareas completas, como advertencia a todo barco que pasara rumbo al Támesis.
En las colonias, como Jamaica, Virginia o Carolina, la horca se erigía en puertos concurridos para que esclavos, marineros, comerciantes y soldados presenciaran el castigo.
A diferencia de algunos piratas varones, que a veces obtenían indultos a cambio de delatar a sus compañeros, las mujeres rara vez recibían clemencia. Su crimen era visto como doble: piratería y transgresión de las normas de género.
La Excepción Temporal: “Plead the Belly”
La única vía para retrasar la muerte era estar embarazada. El derecho británico prohibía ejecutar a una mujer encinta, por lo que algunas piratas —como Anne Bonny y Mary Read— se acogieron a la práctica conocida como “pleading the belly”.
Este gesto no las salvaba: solo posponía el ahorcamiento hasta el final del embarazo.

En muchos casos, las condiciones sanitarias de las prisiones coloniales eran tan atroces que el parto nunca llegaba. Algunas, como Mary Read, murieron de fiebre antes de enfrentarse a la horca.
Castigos Alternativos: Barcos-Prisión y Colonias Penales
Cuando la pena de muerte era conmutada —algo extremadamente raro— las mujeres eran enviadas a:
1. Colonias penales, como Botany Bay (Australia)
Dicho traslado equivalía a una muerte lenta: meses en el mar en condiciones insalubres y, al llegar, una vida de trabajo forzoso.
2. Hulks: barcos-prisión anclados en los puertos
Estos buques, infestados de enfermedades y ratas, servían como mazmorras flotantes. Pocas mujeres sobrevivían más de un año ahí.
Casos Emblemáticos Anne Bonny y Mary Read (1720, Jamaica)
Las piratas más famosas de la historia fueron juzgadas juntas. Condenadas a la horca, ambas pidieron clemencia alegando embarazo. Mary murió en la cárcel. Anne desapareció de los registros; se cree que su padre la rescató o que escapó.
Rachel Wall (1789, Boston)
Considerada la primera pirata nacida en Estados Unidos. Fue ahorcada no por piratería, sino por robo en carretera, después de años de actividad criminal en alta mar.
Charlotte Badger y Catherine Hagerty (1806)
Condenadas inicialmente a transporte penal, se rebelaron durante el viaje, tomaron el barco y huyeron a Nueva Zelanda. Son dos de las pocas mujeres piratas que escaparon del castigo final.
Las No Nominadas: Las que la Historia Olvidó
Por cada nombre conocido, hay decenas de mujeres registradas solo como:
“female pirate”
“woman aboard the ship”
“unknown woman taken during capture”
Muchas no tenían defensa, no hablaban inglés o eran esclavas obligadas a participar en la piratería. Sus ejecuciones se realizaron en silencio, lejos de Londres, en puertos como Port Royal, Nassau o Charles Town.
Los archivos del Almirantazgo y los Calendar of State Papers Colonial revelan que entre un tercio y la mitad de estas mujeres fueron ejecutadas sin siquiera dejar constancia de su origen.
Una Historia que Revela Más que Castiga
Recordar a estas mujeres no es glorificar la piratería. Es reconocer que el sistema judicial las castigó doblemente:
Por infringir la ley.
Por desafiar un mundo que no permitía a las mujeres ejercer fuerza, liderazgo o libertad.
Sus vidas —y muertes— muestran que la brutalidad de la época estaba dirigida tanto contra el crimen como contra cualquier forma de agencia femenina que escapara de la norma.
Estas mujeres, olvidadas en gran parte por la historia oficial, merecen ser recordadas no por sus crímenes, sino por la violencia estructural con la que fueron castigadas.