Blog.

EL DÍA EN QUE LAS “INFAMES BRUJAS DE BELSEN” TEMBLARON EN SILENCIO: El último y escalofriante momento de Irma Grese y los carniceros del campo – Solo logró un grito antes de que Albert Pierrepoint impartiera justicia.

EL DÍA EN QUE LAS “INFAMES BRUJAS DE BELSEN” TEMBLARON EN SILENCIO: El último y escalofriante momento de Irma Grese y los carniceros del campo – Solo logró un grito antes de que Albert Pierrepoint impartiera justicia.

LOWI Member
LOWI Member
Posted underLuxury

El día en que temblaron los “infames brujos de Belsen”: la mañana final de Irma Grese y los verdugos del campo

13 de diciembre de 1945, Prisión de Hamelín. Apenas había amanecido cuando once condenados fueron conducidos hacia la serie de horcas alineadas en el interior de la antigua cárcel alemana. No hubo multitudes ni discursos, ni tampoco cámaras dispuestas a registrar el momento.

Solo el silencio helado de un edificio que, aquella mañana, se convertiría en escenario de una de las ejecuciones múltiples más meticulosamente organizadas del siglo XX.

Entre las 7:48 y las 10:12 de la mañana, once miembros del personal de Bergen-Belsen y Auschwitz —condenados en el célebre Juicio de Belsen celebrado meses antes en Lüneburg— fueron ejecutados por el verdugo británico Albert Pierrepoint, considerado entonces el ejecutor más eficaz y rápido de Europa.

Su método, pulido a lo largo de cientos de ejecuciones, se basaba en la rapidez absoluta: desde que el condenado entraba en la sala hasta el momento en que el cuerpo caía por la trampilla, apenas transcurría medio minuto.

Aquella mañana, la eficiencia se convirtió en un elemento casi sobrenatural, descrito por uno de los testigos oficiales como “más escalofriante que cualquier batalla”.

Un contexto marcado por el horror

Bergen-Belsen se había convertido en uno de los símbolos del colapso moral del nazismo en los últimos meses de la guerra.

Aunque no fue concebido inicialmente como un campo de exterminio, se transformó en uno de los mayores escenarios de muerte masiva debido al hambre, las enfermedades y el colapso absoluto de las condiciones de vida.

Más de 50.000 personas —en su mayoría prisioneros judíos, pero también civiles de distintas procedencias— murieron allí entre 1944 y la liberación del campo en abril de 1945.

Las imágenes filmadas por las tropas británicas al entrar en Belsen, con montones de cadáveres apilados y supervivientes agonizantes, conmocionaron al mundo.

No tardó en iniciarse el proceso judicial contra Josef Kramer, el comandante, y un número significativo de guardias y asistentes, incluyendo a tres de las figuras más notorias del personal femenino: Irma Grese, Elisabeth Volkenrath y Johanna Bormann.

La preparación de una mañana inevitable

Hamelín, ciudad asociada durante siglos al cuento del flautista, se convirtió en escenario de justicia. La prisión había sido adaptada para permitir que Pierrepoint ejecutara a los once condenados de forma consecutiva.

Todo estaba milimétricamente calculado: longitudes de cuerda ajustadas al peso de cada persona, disponibilidad inmediata de personal médico, y la presencia de funcionarios británicos, un capellán y varios reporteros acreditados.

El verdugo llegó antes del amanecer. Había repasado la lista de los condenados la noche anterior y disponía de un asistente alemán, un verdugo local que colaboraba bajo supervisión.

El ritmo mecánico de la muerte

Los condenados eran despertados, se les leía la sentencia por última vez y se les conducía rápidamente hasta la horca. La mayoría permaneció en silencio. Algunos murmuraron palabras inaudibles; otros caminaban con paso firme; alguno tuvo que ser ayudado.

Pierrepoint no prolongaba ningún gesto. Ataba las muñecas, ajustaba la capucha negra y, sin anuncio previo, accionaba la palanca. La trampilla se abría con un golpe seco, seguido por el sonido de la cuerda tensada. Mientras el cuerpo aún colgaba, ya se preparaba el siguiente.

Un oficial británico dejó escrito en su diario privado:

“No hubo caos. Tampoco hubo gritos. Solo el repetido ruido de la trampilla y el crujido de la cuerda. Fue más espantoso por su frialdad que por su violencia.”

Irma Grese: la tercera en la lista

Tenía apenas 22 años. Había sido supervisora en Auschwitz y después en Bergen-Belsen. El tribunal la declaró culpable de crímenes atroces, corroborados por numerosos testigos, incluyendo supervivientes que habían visto morir a familiares ante sus ojos.

Fue llevada a la horca como tercera en la secuencia. Pierrepoint escribió más tarde que mantuvo una expresión controlada hasta el último instante. Cuando la trampilla se abrió, alcanzó a emitir un sonido breve, casi ahogado, y luego nada más.

En pocas semanas, su nombre se trasformaría en uno de los más notorios del personal femenino de los campos, símbolo del fanatismo y la brutalidad que impregnaron el sistema nazi incluso en sus últimos días.

Un cierre frío, pero legal

Las ejecuciones concluyeron a las 10:12. Once cuerpos fueron certificados por los médicos y posteriormente enterrados en lugares no revelados para evitar posibles peregrinaciones de simpatizantes nazis. Pierrepoint partió en silencio, como solía hacer tras su trabajo.

La mañana terminó sin alardes. Solo quedaba el eco del proceso judicial que había dado origen a aquel final.

Por qué recordamos aquel día

No se trata de regodearse en la muerte, ni de convertir estos hechos en sensacionalismo. Recordarlos es:

Honrar a las víctimas, cuyo sufrimiento no debe quedar relegado a cifras estadísticas.

Reconocer a los supervivientes, que tuvieron el valor de testificar contra quienes los habían torturado.

Afirmar la importancia del Estado de derecho, que incluso ante crímenes indescriptibles actuó mediante juicios públicos y sentencias legales, no por venganza personal.

Aquel 13 de diciembre de 1945 no fue un acto de celebración, sino el cierre de uno de los capítulos más oscuros del siglo XX. Un recordatorio de que la justicia, por fría y mecánica que a veces parezca, constituye la última defensa de la civilización frente a la barbarie.